Los hombres estaban locos por Sara

¿Es la belleza realmente una bendición?

En el estudio anterior, observamos el trágico desenlace de Lot, el sobrino de Abraham, quien eligió establecerse entre la maldad de Sodoma. En este estudio, analizamos cómo, sin proponérselo, Sara —esposa de Abraham— despertaba el interés de los hombres, y cómo dichas situaciones se convirtieron en una prueba de fe tanto para Abraham como para ella.

La viejita bella 

Aunque ya entrada en años, Sara seguía siendo una mujer de extraordinaria belleza; tan cautivadora, que incluso hombres poderosos no podían reprimir su deseo de tenerla. Al partir de Ur, Abraham le había pedido que, dondequiera que fueran, dijera a todos que era su hermana y no su esposa. En efecto, Sara era su medio hermana: compartían el mismo padre. Abraham razonaba que, si creían que era su hermana, no lo matarían para quedarse con ella.

Y el plan funcionó… hasta cierto punto. Sara obedeció su petición, ocultando la verdad a diversos hombres, incluidos el faraón y un rey. Queda en evidencia el egoísmo de Abraham, quien no dudó en poner en riesgo la vida de su esposa mientras aceptaba una dote a cambio de ella. Y eso, a pesar de que Dios le había prometido entregarle la tierra de Canaán y hacerlo padre de una descendencia tan numerosa como los granos de arena. Sin embargo, Abraham no confiaba en que Dios protegería a su esposa.

En Canaán, se produjo una gran sequía y escasez de alimentos. Sin consultar a Dios ni esperar que Él proveyera, Abraham decidió trasladarse a Egipto. Allí, con su consentimiento, el faraón tomó posesión de Sara. Desde el inicio de este relato, observamos la falta de fe de Abraham en la protección de Dios al permitir que su esposa se convirtiera en mujer del mismísimo faraón.

Una dote para tu increíble hermana

Génesis 12:15-20: Cuando los funcionarios del faraón la vieron, le contaron al rey lo hermosa que era. Entonces llevaron a Saray a la casa del faraón. Gracias a Saray, el rey fue muy amable con Abram, quien adquirió ovejas y cabras, ganado, asnos, esclavos, esclavas, asnas y camellos.

Luego el SEÑOR mandó una epidemia sobre el rey y su gente por haber tomado a Saray, la esposa de Abram. Entonces el faraón llamó a Abram y le dijo:

 «¿Qué rayos has hecho? ¿Por qué no me dijiste que ella era tu esposa? ¿Por qué me dijiste “¿Ella es mi hermana”, para que yo me casara con ella? Ahora aquí está tu esposa, tómala y vete».

Entonces el rey dio órdenes con respecto a Abram para que lo dejarán seguir su camino a él y a su esposa junto con sus posesiones.

Aquí está tu esposa, tómala y vete

Aunque el texto no lo explicita, si el faraón la llevó a su harén, es muy probable que se haya acostado con ella. Imagina el desconcierto de Saray: sin saber si jamás volvería con su familia, sintiéndose desleal a su esposo, pero sin escapatoria. Tuvo que raparse la cabeza, como era costumbre en Egipto, convivir entre numerosos dioses falsos y participar en sus cultos. Como extranjera, es posible que nadie en el harén hablara su idioma. Quizás se burlaban de ella por adorar a un único Dios, por vestir de manera extraña, o por ser considerablemente mayor que las demás concubinas. Aun así, quizá también la envidiaban por haber captado la atención del Horus viviente.

De algún modo, el faraón llegó a saber que Sara era, en realidad, la esposa de Abram; quizás lo supo directamente, o tal vez por medio de rumores. No se especifica qué tipo de epidemia tuvo lugar, pero fue lo suficientemente grave como para que el faraón ordenara la inmediata expulsión de Sara, Abraham y toda su caravana, con la advertencia de no regresar jamás.

¿Otra vez?

Parece que Abraham no aprendió la lección, pues años después repitió el mismo error. Cuando Sara tenía ya 89 años y Abraham 99, se trasladaron a Guerar, otra región de Canaán, y allí continuaron difundiendo la mentira de que Sara era su hermana. El rey del lugar, Abimélec, la mandó llamar y la tomó por esposa. Así prosigue la historia, hasta llegar a aquella noche oscura en la que algo extraordinario le sucedió al rey.

Vas a morir

Génesis 20:3-6:  Una noche Dios fue donde Abimélec en un sueño y le dijo:

 —Vas a morir por haber tomado a esa mujer, ella tiene esposo.

Abimélec todavía no había tenido relaciones sexuales con ella. Entonces le dijo:

—Señor, ¿destruirías a una persona inocente? ¿Acaso no me dijo él: “Ella es mi hermana”? Ella misma también me dijo: “Él es mi hermano”. Yo hice esto de buena fe e inocentemente.

Entonces Dios le dijo en su sueño:

 —Yo sé que hiciste esto con buena intención. No permití que pecaras contra mí, y por eso no dejé que la tocaras.

No permití que pecaras contra mí

Dios se le apareció al rey Abimélec en un sueño, advirtiéndole que iba a morir por haber tomado como esposa a una mujer casada. Sorprendentemente, el rey —a pesar de no creer en el Dios de Abraham— no vaciló ni un instante en obedecer la advertencia. Durante el tiempo que Sara permaneció con él, Abimélec no llegó a acostarse con ella, pues Dios la protegió. Al enterarse del castigo que caería sobre ellos si no devolvía a Sara, el rey informó a sus siervos, quienes se llenaron de temor. Como Abimélec no tenía idea en qué lío se metió, Dios no lo castigó con la muerte.

Para proteger a todos en su reino, el rey mandó llamar a Abraham de madrugada para devolverle a su esposa y reprocharle por haberlo engañado. Así prosigue la historia, cuando escuchamos las palabras que Abimélec dirige a Abraham.

Lo que has hecho no tiene nombre

Génesis 20:9-10: Luego Abimélec llamó a Abraham y le dijo:

 —¿Por qué nos has hecho esto? ¿Qué pecado cometí yo contra ti para que hayas traído un pecado tan grande sobre mí y sobre mi reino? Lo que has hecho no tiene nombre. 

También le dijo Abimélec a Abraham:

—¿Qué lío querías armar con esto?

La única embarazada

Tanto el faraón como Abimélec reflejaron, de algún modo, el corazón de Dios al confrontar a Abraham con la misma pregunta que el Señor le había hecho: ¿Por qué hiciste eso? Abraham explicó a Abimélec las razones por las cuales mintió, reconociendo que había sido su propia decisión pedir a su esposa que engañara a todos.

Esta historia se sitúa en el capítulo 20 del Génesis. Recordemos que en el capítulo 18, el Señor visitó a Abraham y le confirmó que Sara concebiría un hijo en el plazo de un año; y en el capítulo 21, dio a luz a Isaac. Por lo tanto, podemos concluir que Sara ya estaba embarazada cuando Abimélec la tomó como su mujer. Paradójicamente, fue Abimélec quien se preocupó por la reputación de Sara, mientras que su propio esposo no supo protegerla.

Durante todo el tiempo que Sara permaneció en el harén del rey, ninguna mujer pudo concebir. Es llamativo que Dios eligiera manifestar su desaprobación retirándoles la capacidad de procrear. Tras recuperar a Sara, Abraham oró al Señor, y Él sanó a su casa, permitiéndoles volver a concebir. En un intento por aliviar su culpa, el rey ofreció a Abraham diversos regalos —similares a la dote que, años atrás, le ofreció el faraón— además de devolverle a su esposa. La narración continúa con el momento en que leemos la indignación del rey ante la falta de verdad por parte de Abraham.

1000 piezas de plata para tu “hermano”

Génesis 20:15-16: Abimélec dijo:

—Mis tierras están a tu disposición, vive donde quieras.

Luego le dijo a Sara:

 —Le he dado 1000 piezas de plata a tu “hermano”. Te servirán para devolverte la reputación frente a todos los que estén contigo, así que saldrás bien librada de todo esto.

Te devuelvo la reputación

La sociedad otorga un valor desmedido a la belleza exterior; innumerables mujeres invierten fortunas en productos y tratamientos que prometen embellecerlas. No hay nada de malo en procurar lucir lo mejor posible, pero sospecho que, para mujeres como Sara, dotadas de una belleza extraordinaria, esta no fue precisamente una bendición. Es probable que ella hubiese preferido un rostro común, antes que enfrentar el trauma de los secuestros y el constante temor de que asesinaran a su esposo o que ella misma fuera violada, todo por causa de su apariencia.

Abraham nunca debió permitir que Sara fuera a vivir con otro hombre; debió haber confiado en Dios y vivir con integridad. Sin embargo, incluso en medio de sus mentiras y temores, Dios los protegió: envió una epidemia al palacio del faraón y no permitió que Abimélec se acostara con Sara. En ambos casos, Abraham salió de la situación con bienes y riquezas. A pesar de haber escuchado directamente la voz de Dios, seguía dudando. Así que, si alguna vez te has visto envuelto en momentos de incertidumbre, estás en buena compañía. Dios puede hablarnos incluso a través de los incrédulos, como lo hizo con el faraón y Abimélec.

Para reflejar:

1.      ¿De qué manera puede la belleza —tan valorada por la sociedad— convertirse en una carga, y cómo afecta eso la fe de quien la posee?

2.      ¿Qué nos revela el comportamiento de Abraham sobre la naturaleza humana, incluso en aquellos considerados personas de fe, y cómo podemos aplicar esa lección a nuestras propias decisiones bajo presión?

3.      ¿Cómo actúa Dios en medio de nuestras fallas y miedos, y qué nos enseña que haya usado a reyes paganos para proteger su plan y corregir a sus siervos?

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