El pecado de Judá y Tamar

El pecado y los planes de Dios

Después de que Judá y sus hermanos vendieran a José como esclavo, él se apartó del campamento de su padre, donde siempre había vivido. El texto no revela las razones exactas de su partida, pero es comprensible imaginar que lo impulsara una profunda culpa: tal vez quiso alejarse de su familia y de todo aquello que le recordara a su medio hermano —la venta impulsada por su propia sugerencia, la historia falsa que inventaron para su padre, la cadena de mentiras que se sucedieron una tras otra.

Lejos de los suyos, Judá entabló amistad con un hombre pagano llamado Hirá, con quien llegó a convivir. Más adelante, se casó con una mujer cananea, con la que tuvo tres hijos: Er, Onán y Selá. Cuando su hijo mayor alcanzó la edad para casarse, Judá lo unió en matrimonio con una cananea llamada Tamar.

Este estudio se centra en el episodio del pecado de Judá y Tamar, una historia rara vez abordada, quizá por el escándalo que puede provocar. Comenzamos este relato con lo que Dios hizo respecto a Er, el primogénito de Judá.

Er murió

Génesis 38:7: Pero el SEÑOR no estaba muy contento con Er, el hijo mayor de Judá, y entonces el SEÑOR hizo que se muriera.  

El SEÑOR no estaba muy contento con Er

El texto no especifica qué hizo para desagradar a Dios, pero debió de haber sido una persona sumamente perversa, ya que son contadas las ocasiones en la Biblia en que Dios quita la vida a un solo individuo por su maldad.

Según las costumbres de la época, si una mujer enviudaba y el esposo tenía un hermano, este debía casarse con ella. Si no lo hacía, la viuda no podía desposarse fuera de la familia del difunto. Al morir su suegro, quedaría desamparada, sin hijos que la sostuvieran. En ese caso, su destino más probable sería ganarse la vida como prostituta o morir de hambre.

Judá conocía bien esta tradición y, al parecer, deseaba cumplir con su responsabilidad hacia Tamar y asegurarle protección. Así continuamos con el relato, leyendo lo que sucedió a continuación.

Recién casados de nuevo

Génesis 38:8-11: Entonces Judá le dijo a Onán:

 —Ten relaciones sexuales con la esposa de tu hermano muerto, cumple tu deber de cuñado y dale un hijo a tu hermano.

Onán sabía que el hijo no iba a ser considerado suyo y entonces, cada vez que tenía relaciones sexuales con la esposa de su hermano, desperdiciaba su semen derramándolo en el suelo, para así no darle hijos a su hermano.  Eso que él hizo no le agradó al SEÑOR, y por esa razón también hizo que se muriera.

Entonces Judá le dijo a su nuera Tamar:

—Vuelve a la casa de tu papá y no te cases hasta que crezca mi hijo Selá.

Judá temía que Selá también muriera como sus hermanos. Tamar se fue a vivir a la casa del papá de ella.

Ten relaciones sexuales con la esposa de tu hermano

El texto no presenta a Tamar como la nueva esposa de Onán, sino como la esposa de su hermano. Esta distinción enfatiza que, aunque legalmente era su mujer, el vínculo con Er seguía vigente: el hijo que naciera de esa unión no sería de Onán, sino del difunto, y sería ese descendiente quien heredaría los derechos de primogenitura.

Podemos llegar a simpatizar con Onán; incluso si albergaba sentimientos por Tamar, ella siempre sería conocida como la esposa de su hermano, y él tan solo su cuñado. Resulta escandaloso, desde una perspectiva moderna, que Judá ordenara a su hijo tener relaciones con Tamar, pero en el contexto de la ley del levirato, era su deber.

Onán, sin embargo, se negó a cumplir con esa obligación: evitó embarazarla deliberadamente. Por ello, Dios también le quitó la vida. La tradición rabínica retrata a Judá como un hombre justo, a pesar de haber vendido como esclavo a su medio hermano José y haber engañado a su padre. Surge entonces una pregunta: ¿por qué sus hijos no lo obedecieron? El texto no lo aclara. Tal vez influenció en ellos el ejemplo de su madre, una mujer pagana.

Naturalmente, la muerte de sus dos hijos afectó profundamente a Judá. Pensó que quizás Tamar era la causa de sus desgracias y, temiendo perder también a su hijo menor, se rehusó a entregárselo en matrimonio. Cuando la envió de regreso a la casa de su padre, en realidad nunca tuvo la intención de casarla con Selá. De esta forma, Judá cometió un grave error. Evidentemente, no consideró que la razón detrás de la muerte de sus hijos fuera su propia maldad; más bien, llegó a convencerse de que cualquiera que se uniera a Tamar terminaría muriendo, y no quiso arriesgar la vida de su último hijo por culpa, según él, de su nuera.

Así pues, le ordenó que volviera a la casa paterna y le prometió que Selá se casaría con ella cuando alcanzara la madurez. Mientras tanto, le prohibió casarse con otro hombre.

Tamar regresó a la casa de su padre y esperó. El texto nos indica que transcurrió un largo periodo, durante el cual murió la esposa de Judá. Mientras tanto, Tamar no recibía noticias de su suegro.

Un día, Judá, acompañado de su amigo Hirá, se dirigió a Timnat —la ciudad donde vivía Tamar— para participar en la esquila de sus ovejas. Al enterarse, Tamar comenzó a trazar un plan con el fin de liberarse del aparente engaño de Judá.

Así continúa la historia, con el relato de lo que aconteció entre Tamar y su suegro.

La nuera ramera

Génesis 38:14-19: Entonces ella se quitó sus vestidos de viuda, se cubrió con un velo y se sentó en la entrada de Enayin, que quedaba en el camino a Timnat. Tamar sabía que Selá ya había crecido y que a ella aun no le habían permitido casarse con él. Cuando Judá la vio, pensó que era una prostituta porque tenía la cara cubierta. Judá se le acercó al lado del camino y, sin saber que ella era su nuera, le pidió que tuvieran relaciones sexuales. Entonces ella le preguntó:

—¿Qué me vas a dar por tener relaciones sexuales contigo?

Judá le respondió:

—Voy a mandarte un cabrito de mi rebaño.

Y ella dijo:

—Acepto sólo si me das algo en garantía mientras me mandas el cabrito.

Él le preguntó:

—¿Qué quieres que te dé en garantía?

Ella respondió:

—Dame tu sello con el cordón y el bastón que tienes en la mano.

Entonces él le dio esas cosas, tuvo relaciones sexuales con ella y ella quedó embarazada.  Después ella se levantó, se fue para su casa, se quitó el velo, y se puso la ropa de viuda. 

El plan

Al enterarse de que su suegro se encontraba en Timnat —sin visitarla ni informarle nada sobre el supuesto matrimonio con Selá—, Tamar comprendió que Judá no tenía intención alguna de cumplir su promesa. Entonces, comenzó a idear un plan para asegurarse un futuro.

En aquella época, era común que, tras la esquila de las ovejas, los hombres celebraran con banquetes y acudieran a prostitutas. No sabemos con certeza cómo supo Tamar que Judá probablemente estaría dispuesto a acostarse con una mujer contratada. Tal vez, durante el tiempo que vivió en casa de su suegro, observó que Judá recurría ocasionalmente a ese tipo de relaciones; o quizás, al ser viudo, simplemente supuso que estaría abierto a ello. Tampoco nos revela el texto cómo estaba tan segura de que su plan funcionaría. Puede que estuviera tan desesperada que pensara que no tenía nada que perder al intentarlo.

El encuentro

Judá creció en el campamento de Jacob y conoció al Dios único. Entonces, ¿por qué se casó con una mujer pagana? ¿Por qué buscó a una prostituta? Con el tiempo, la influencia de vivir entre paganos lo fue moldeando, y adoptó sus costumbres.

Judá encontró a su nuera sentada a la entrada de Enayin, en el camino que conducía a Timnat. Como ella llevaba el rostro cubierto con un velo, quizá pensó que se trataba de una prostituta consagrada a algún dios local, ya que las relaciones sexuales con desconocidos formaban parte de ciertos ritos religiosos en aquellas culturas. El hecho de que no reconociera su voz durante la negociación del pago sugiere que apenas había interactuado con ella cuando aún vivía en su casa mientras estuvo casada con sus hijos.

Tengo su identificación

Al pedirle su sello y su bastón, era evidente que Tamar conocía bien a Judá: sabía que no llevaría dinero consigo y que, probablemente, le ofrecería un cabrito como forma de pago. Estaba preparada para exigirle esos objetos —el sello, el cordón y el bastón— como garantía: pruebas irrefutables del encuentro, más contundentes que cualquier testimonio. Entregar su sello y su bastón como garantía del pago habría sido, en ese contexto, el equivalente a ceder su identidad a una desconocida. ¿Por qué confiar tanto en alguien que no reconocía? Probablemente, Judá no estaba pensando con claridad; su deseo lo dominó por completo.

Acostarse con su suegro era una decisión sumamente arriesgada, pero, de alguna manera, confiaba en que, si lograba concebir, Judá no la desampararía. A diferencia de Judá —y pese a su controversial acción— el texto nos revela algo importante sobre el carácter y la firmeza de Tamar: se quitó el vestido de luto antes del acto, y se lo volvió a poner después, lo que indica que no era una mujer suelta, sino una mujer desesperada, una mujer que intentaba actuar dentro de los márgenes de la tradición.

En su último intento de permanecer dentro de la familia de Judá y tener descendencia por medio de su linaje, Tamar pecó con su suegro. ¿Significa esto que su acto agradó a Dios? No; el pecado jamás le resulta grato. Sin embargo, incluso en medio del pecado, Dios la incluyó en el linaje de su Hijo, Jesucristo, nacido de la tribu de Judá.

Después, Judá envió a su amigo Hirá con el cabrito, con la intención de recuperar sus pertenencias. Es evidente que Hirá debía haber visto antes a la mujer, ya que estaba encargado de identificarla. La buscó y preguntó por ella entre los habitantes del lugar, pero nadie pareció conocer a la mujer que describía. Incluso le aseguraron que jamás había estado allí una prostituta como la que él mencionaba.

Así continúa la historia, con el relato de lo que Hirá le comunicó a Judá al regresar.

Aquí nunca ha estado una mujer consagrada

Génesis 38:22-23: Entonces él regresó a donde estaba Judá y le dijo:

—No la pude encontrar. La gente de ese lugar me dijo: “Aquí nunca ha estado una mujer consagrada”.

Después Judá dijo:

—Dejemos que se quede con mis cosas, no quiero que la gente se burle de mí. Tratamos de llevarle su cabrito pero tú no la encontraste.

No quiero que la gente se burle de mí

Hirá demostró ser un amigo verdaderamente leal. No instó a Judá a que fuera él mismo quien buscara a la mujer, ni se desentendió del acto clandestino en el que se le involucraba. Por el contrario, cumplió la misión con diligencia: preguntó a varias personas por el paradero de la supuesta ramera, sin conformarse con una sola respuesta.

Tampoco leemos en el texto que haya juzgado a Judá. Quizá, al ser un hombre pagano, consideraba la situación algo normal; o quizá, aunque no estuviera de acuerdo con su amigo, optó por ayudarlo de todos modos. En todo caso, su actitud refleja una lealtad sin reproche y un silencio deliberado ante el proceder cuestionable de su compañero.

Tras intentar hallarla y enviar el cabrito prometido, Judá no insistió en buscarla más. Prefirió dejarla con sus pertenencias antes que exponerse al escarnio público de que lo juzgaran por haber estado con una prostituta. Así, renunció a recuperar los objetos que lo identificaban —quizás su única forma de firmar documentos, dado que es posible que no supiera leer ni escribir.

Pasaron tres meses. Tamar comenzó a mostrar signos visibles de embarazo. Alguien llevó la noticia a Judá. Así continúa la historia, con el relato de cómo reaccionó al enterarse de la condición de su nuera.

Génesis 38:24-26: A los tres meses, alguien le contó a Judá:

—Tu nuera Tamar ha actuado como una prostituta, y como resultado de eso, quedó embarazada.

Entonces Judá dijo:

—Tráiganla y quémenla.

Cuando la estaban sacando, ella le mandó un mensaje a su suegro:

—El dueño de estas cosas fue el que me embarazó. ¡Mírenlas! ¿De quién son este sello, este cordón y este bastón?

Judá las reconoció y dijo:

—Yo tengo la culpa, no ella; no le entregué a mi hijo Selá como se lo había prometido.

Judá nunca más volvió a tener relaciones sexuales con Tamar.

Hipocresía y Redención 

Cuando alguien le informó a Judá que su nuera estaba embarazada, se refirió a ella como una prostituta. Indignado por lo que consideró un acto de adulterio, Judá exigió que la trajeran ante él para ser quemada. Con esa orden, sentenció a muerte no solo a Tamar, sino también al hijo que llevaba en el vientre. Así, Judá reveló la hipocresía de su carácter: había tenido relaciones con una ramera, pero quería castigar severamente a su nuera por una falta que él mismo había cometido en secreto.

Quizá Tamar anticipaba esta reacción y, por eso, puso en marcha la segunda parte de su plan. En lugar de exponer públicamente a Judá, le envió en privado su sello, su cordón y su bastón —las pruebas del encuentro—, dándole así la oportunidad de asumir su responsabilidad sin humillación pública. Al darse cuenta del error que había cometido —tanto al negarle su tercer hijo como al unirse carnalmente con ella—, Judá reconoció su culpa y la defendió. Tal vez incluso se casó con ella para asumir la paternidad de los gemelos que ella dio a luz, aunque nunca volvió a tener relaciones con ella.

Además de cargar con el recuerdo de haber vendido a su propio hermano, Judá tuvo que vivir con las consecuencias de su adulterio, enfrentando su pecado cada vez que sostenía a sus hijos y recordaba cómo estuvo a punto de destruirlos a ambos. Y, sin embargo, hay redención en esta historia. Tamar dio a luz a gemelos, restituyendo los hijos que Judá había perdido. Aun en medio del pecado, vemos la intervención de Dios: de esa unión nació Pérez, antepasado del rey David y, con el tiempo, del Mesías, Jesucristo.

Para reflejar:

1.      ¿Cómo cambia nuestra percepción de Tamar cuando analizamos su decisión desde el contexto cultural y social de su época, en lugar de juzgarla según normas contemporáneas?

2.      ¿Qué papel juega la redención en este relato, y cómo puede ayudarnos esta historia a entender que incluso nuestras fallas pueden ser transformadas en parte de un propósito más grande?

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