¿Quién era Agar?
Las consecuencias de la falta de fe en los planes de Dios
En el estudio anterior, analizamos cómo la belleza de Sara, esposa de Abraham, despertaba tal deseo que incluso un faraón y un rey quisieron tomarla como mujer, creyendo —por la media verdad que Abraham les había dicho— que se trataba de su hermana. En esta ocasión, dirigimos nuestra atención a Agar, la sierva de Sara que —por circunstancias marcadas por la impaciencia y la falta de fe— llegó a ser madre del primogénito de Abraham. Este estudio se enfoca en el contexto de la esclavitud, la incredulidad de Abraham y Sara, y la manera en que Dios puede cumplir Sus propósitos incluso a través de nuestros errores.
Un plan desesperado
Durante su estancia en Egipto, el faraón tomó a Sara como esposa, creyendo que era hermana de Abraham. Al descubrir la verdad, no solo la devolvió, sino que colmó a Abraham una dote generosa que incluía esclavos, ganado y otros bienes de lujo regalos, entre ellos una sierva egipcia llamada Agar, quien pasó a servir a Sara.
A pesar de la promesa de Dios de darle numerosos descendientes, Sara permanecía estéril. En aquella época, era común que una mujer sin hijos ofreciera a su sierva como madre sustituta, de modo que el niño nacido de esa unión fuera criado como propio. En un momento de impaciencia y desesperanza, Sara adoptó este método y le propuso a Abraham que se uniera a Agar. No consultó a Dios ni buscó consejo alguno, lo que daría pie a una cadena de conflictos con profundas consecuencias.
Así comienza el relato: escucharemos ahora las palabras con las que Sara trató de convencer a Abraham de cumplir aquel plan humano.
Ten relaciones sexuales con mi esclava
Génesis 16:1-4: Hasta ese día Saray, la esposa de Abram, no le había podido dar ningún hijo, pero ella tenía una esclava egipcia llamada Agar. Entonces Saray le dijo a Abram:
—Tú sabes que el SEÑOR no me ha permitido tener hijos, así que ten relaciones sexuales con mi esclava. Tal vez yo pueda tener un hijo por medio de ella.
Abram hizo lo que Saray le dijo. Cuando Abram llevaba diez años viviendo en la tierra de Canaán, su esposa Saray tomó a su esclava Agar y se la dio como mujer a su esposo Abram.
Abram tuvo relaciones sexuales con Agar y ella quedó embarazada. Cuando ella se enteró de que estaba embarazada, empezó a creerse más que Saray.
Un regalo envenenado
La llegada de Agar a la vida de Abraham y Sara marcó el inicio de una tensión creciente. Más adelante, Sara expresó su dolor declarando que era el Señor quien le había impedido concebir. Aunque ignoramos la causa concreta de su infertilidad, lo cierto es que Dios les había prometido descendencia. Aun así, la desesperanza nubló su fe.
Como bien nos recuerda Hebreos 11:1: “la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve.” Pero cuando actuamos sin buscar la guía del Señor, los resultados pueden ser devastadores. Así ocurrió con Agar, cuya vida quedó atrapada en un plan humano que, en su afán por cumplir la promesa, pretendió ayudar a Dios.
El texto señala que Abraham hizo lo que su esposa le pidió. No lo vemos consultar a Dios ni a nadie antes de tomar aquella decisión. Es probable que Sara le hubiera insistido en múltiples ocasiones, y que él, tras resistirse por un tiempo, acabara cediendo. Tampoco sabemos cuántas veces Sara debió hablar con Agar para convencerla. ¿Estaba de acuerdo, o resistió en silencio, albergando la esperanza de un futuro distinto junto a alguien de su edad? Quizá, como sierva, no tuvo opción alguna y asumió aquella “unión” como un deber más dentro de sus labores domésticas.
Es fácil imaginar que Abraham y Sara intentaron racionalizar la situación: hablaron, quizás, sobre cómo Dios cumpliría su promesa a través de aquella mujer; se prometieron no dejar que esa solución afectara su relación; creyeron que el hijo que nacería sería, en efecto, el cumplimiento de la promesa de Dios. Pero estaban profundamente equivocados.
Abraham no tomó a Agar como esposa ni la reconoció como concubina; simplemente se unió a ella el tiempo suficiente para que concibiera. Cuando su embarazo se hizo visible, Agar comenzó a verse a sí misma con superioridad, creyéndose por encima de su señora. Ya no se comportaba como sierva, sino como quien merecía ser servida.
Sara jamás imaginó que su sierva, a quien había entregado por desesperación, llegaría a considerarse la verdadera esposa de Abraham. Humillada y herida, se llenó de ira, arrepintiéndose de haberla ofrecido y recriminándole a Abraham que la hubiese escuchado sin cuestionar.
Comienza así un conflicto que no solo fractura la relación entre las dos mujeres, sino también la dinámica dentro del hogar de los patriarcas, dejando al descubierto lo frágil que se vuelve la convivencia cuando las decisiones humanas se imponen sobre la dirección de Dios.
Tú eres el culpable de lo que me está pasando
Génesis 16:5-6: Entonces Saray le dijo a Abram:
—Tú eres el culpable de lo que me está pasando. Yo misma entregué a mi esclava en tus brazos y cuando ella vio que estaba embarazada, me volví despreciable para ella. Que el SEÑOR decida quién, entre tú y yo, tiene la razón.
Pero Abram le dijo a Saray:
—Mira, esa esclava es tuya, haz con ella lo que tú quieras.
Entonces Saray trató mal a la esclava, y la esclava huyó.
Haz con ella lo que tú quieras
La relación sexual es la más íntima y vulnerable de todas, y por eso Dios la reserva exclusivamente para el matrimonio. Aun así, Sara, movida por la vergüenza de su infertilidad, estuvo dispuesta a permitir que Abraham se uniera a otra mujer con tal de obtener lo que más anhelaba. La vergüenza puede ser un poderoso motivador, y en este caso llevó a Sara a arriesgar su matrimonio en un intento desesperado por remediar lo que percibía como un fracaso personal.
Por su parte, aunque cabe la posibilidad de que Agar albergara alguna esperanza de beneficiarse al llevar en su vientre al hijo de su señor, el texto no muestra pasión ni deseo, sino obediencia. Como sierva, cumplió lo que se le ordenó. Sin embargo, al quedar embarazada, Agar comenzó a despreciar a Sara. Por primera vez, se sintió superior a su señora, y no logró contener su deseo de exhibir el privilegio que ahora la distinguía. Tenía aquello que ni la belleza ni la riqueza de Sara habían podido lograr.
Tan pronto como Agar anunció su embarazo, Sara comenzó a arrepentirse de la decisión que ella misma había tomado. Inmediatamente culpó a Abraham por la altivez y falta de respeto de la sierva. Pero Dios, en su soberanía, a veces permite que cosechemos lo que sembramos cuando actuamos en nuestras propias fuerzas.
Tras su queja, Sara invocó al Señor para que Él decidiera quién tenía la razón, como si buscara validar su enojo. Sin embargo, no podemos culpar a Dios por las consecuencias de decisiones que tomamos sin haberle consultado. El plan de que Agar diera un hijo a Abraham no fue idea de Dios: no era así como Él deseaba cumplir su promesa. Lo que Dios anhelaba era probar la fe de Abraham y Sara, y verlos perseverar con paciencia mientras Él obraba a Su manera y en Su tiempo perfecto.
En ningún momento se presenta a Agar como concubina ni como segunda esposa de Abraham; siempre se la menciona como la esclava. Tal vez, para Abraham, su presencia representaba un recuerdo incómodo del error cometido en Egipto, lo que podría haber alimentado cierto resentimiento o indiferencia hacia ella. Como Agar no era ni una esposa, ni una concubina, Abraham la dejó desprotegida.
Tras cumplir con lo que se le había pedido, fue maltratada por Sara, quien no soportó ver en ella las consecuencias de su propio plan. Agar había obedecido, pero terminó sufriendo. Cuando arrastramos a otros a nuestras decisiones impulsadas por el pecado, no deberíamos culparlos después por los resultados que no supimos prever. La responsabilidad no desaparece por haberse compartido —al contrario, se multiplica.
La esclava huyó
Agar huyó. El campamento se encontraba en pleno desierto, rodeado por un horizonte estéril y desolado. Al ver su actitud, Sara la maltrató con tal severidad que, al parecer, su intención no era simplemente castigarla, sino forzarla a huir hacia una muerte segura, llevándose consigo al niño que llevaba en el vientre. Agar lo sabía, y sin embargo, huyó, impulsada por el dolor, la humillación y la desesperanza. En medio de su huida, encontró una fuente de agua —una rareza en aquel entorno hostil—, y allí se detuvo a beber y a pensar, sin saber qué hacer ni a dónde ir.
Fue entonces cuando se le apareció el ángel del Señor. Le preguntó: “¿De dónde vienes y a dónde vas?” Sin detenerse a considerar que estaba en presencia de un mensajero celestial, Agar simplemente respondió que huía de su señora. No tenía un destino, solo una necesidad de huir. Quizá no se sorprendió al ver al ángel; después de todo, había presenciado a Abraham orar y escuchar la voz de Dios. El ángel le dio una instrucción inesperada: regresar y someterse a la autoridad de Sara.
Continuamos la historia, escuchando ahora lo que el mensajero de Dios le dijo acerca del hijo que llevaba en su vientre.
El SEÑOR ha escuchado tu tristeza
Génesis 16:11-12: El ángel del SEÑOR también le dijo:
—Ahora que estás embarazada, darás a luz a un hijo al que llamarás Ismael ya que el SEÑOR ha escuchado tu tristeza. Será tan libre como un asno salvaje. Luchará contra todo el mundo y todo el mundo luchará contra él. Vivirá en desacuerdo con todos sus hermanos.
La gracia que alcanza incluso en la huida
El embarazo de Agar no fue producto de la voluntad de Dios, pero aún así, Él no la abandonó. La encontró en el desierto, la consoló, y le dio dirección: no para castigarla, sino para ayudarla a seguir adelante dentro del nuevo rumbo que su vida había tomado.
Así actúa Dios también con nosotros. Si estás viviendo sin rumbo, vagando sin esperanza o huyendo de circunstancias que te superan, clama al Señor. Él puede encontrarte justo en medio del desierto y devolverte al camino con propósito. Tal vez, como a Agar, Dios te lleve de nuevo al lugar del que huiste. No para castigarte, sino para fortalecerte, sanarte y darte esperanza. Porque cuando lo dejamos entrar, Dios transforma incluso nuestros errores en capítulos redentores de Su historia en nosotros.
Agar obedeció al ángel y regresó al campamento. Poco después dio a luz a un hijo, a quien llamó Ismael, el primogénito de Abraham. Sin embargo, el texto no menciona que Sara y Agar hayan resuelto sus diferencias. Es posible que Agar siguiera burlándose de la infertilidad de su señora a sus espaldas, o que presentara a su hijo como el heredero de su amo. No lo sabemos, pero está claro que la tensión entre ambas persistía por lo que acontecerá cerca de trece años después. Sara, por fin, dio a luz a Isaac, el hijo de la promesa. Cuando Isaac era aún pequeño, Sara vio a Ismael jugando con él, aparentemente de forma burlona o agresiva. Fue la gota que colmó el vaso. Sara exigió que Abraham expulsara a Agar y a su hijo del campamento: no quería que Ismael compartiera la herencia de Isaac, ni que representara una amenaza para él.
Parece que en ese momento, Sara olvidó las palabras de Dios, quien ya había declarado que la promesa se cumpliría en su hijo, no en el de Agar. Pero cuando dejamos de confiar en Dios, tendemos a tomar decisiones impulsivas que traen consecuencias nefastas.
Abraham, aunque afligido por despedirse de su hijo, no sentía afecto por Agar. Sin embargo, Dios le habló y le dijo que obedeciera a Sara, asegurándole que también cuidaría de Ismael. Continuamos ahora con la partida de Agar y su hijo, una escena de abandono... y también de encuentro con la fidelidad de Dios.
No me dejes ver la muerte de mi hijo
Génesis 21:14-16: Abraham madrugó al otro día, tomó pan y un recipiente de cuero con agua y se los dio a Agar, colocó todo junto con el niño en la espalda de ella y le dijo que se fuera. Agar se fue y vagó por el desierto de Berseba. Cuando se le acabó el agua del recipiente de cuero, Agar bajó al niño y lo puso debajo de un arbusto. Se fue y se sentó a cierta distancia, aproximadamente la distancia de un tiro de flecha, porque ella pedía: «No me dejes ver la muerte de mi hijo». Se sentó a esa distancia y comenzó a llorar.
El Dios que ve y transforma
Pero Dios oyó a Agar, la reconfortó junto a su hijo, y le permitió ver una fuente de agua. Llenó su vasija y emprendió un nuevo comienzo. Con el tiempo, se estableció en el desierto de Parán, y cuando Ismael creció, Agar le consiguió una esposa egipcia.
Ella nunca buscó formar parte de la historia de Abraham y Sara, pero Dios, en su fidelidad, se encargó de redimir un error nacido de la impaciencia y la falta de fe de sus amos. Ismael, aunque no fue el hijo de la promesa, tuvo un papel fundamental en el nacimiento de la nación árabe y en la historia del islam, lo último nos dice que se apartó del camino de Dios.
Dios puede usarlo todo —incluso nuestros errores— para cumplir Sus planes. Y su mensaje sigue siendo el mismo para nosotros hoy: ¡No tengas miedo! Abre los ojos al manantial de vida que Él ha puesto delante de ti. Hay bendiciones y alegrías que Dios está formando, incluso en medio de tus peores circunstancias.
Para reflexionar:
1. ¿Qué decisiones en tu vida han nacido de la impaciencia o del deseo de “ayudar” a Dios? ¿Cómo viste sus consecuencias desarrollarse con el tiempo?
2. ¿De qué formas has experimentado la fidelidad de Dios en medio del dolor o del desierto, como lo hizo Agar?
3. Como Sara, ¿A quién podrías estar tratando como “instrumento” para tus propios planes sin reconocer su dignidad y valor como persona amada por Dios?